El éxito en el gimnasio no tiene tanto que ver con cuántos kilos levantas o cuántas sentadillas puedes hacer sin que te tiemblen las piernas, sino con la actitud con la que afrontas cada entrenamiento. Se trata de confiar en ti mismo, en lo que eres capaz de hacer y, sobre todo, en tu capacidad para seguir adelante incluso cuando te duele hasta el alma.
Y ahora te voy a decir exactamente por qué empezaste en el gimnasio, o en cualquier otra locura fitness en la que te hayas metido. Sí, sí, lo sé, una afirmación atrevida, casi de vidente de teletienda. Pero escúchame bien, porque aquí viene la verdad cruda y sin azúcar:
Nadie, absolutamente nadie, se apunta al gimnasio porque quiere «ponerse en forma». Y nadie empieza a entrenar simplemente porque quiere «perder peso y tonificarse».
No, amigo. Lo que realmente quieres es lo que hay detrás de eso. Quieres sentirte más seguro cuando te miras en el espejo. Quieres que la ropa te quede como a un modelo de anuncio. Quieres que cuando vayas a la playa, no te den ganas de envolverte en una toalla como un burrito humano. O tal vez, solo tal vez, quieres demostrarte a ti mismo que puedes hacer algo difícil y no rendirte a la primera de cambio.
Sea lo que sea, no es solo cuestión de kilos, músculos o calorías. Es cuestión de actitud, de ganas y, sobre todo, de entender que esto no es un sprint, sino una carrera de fondo. Así que deja de obsesionarte con números y empieza a disfrutar del proceso. Porque ahí es donde está la verdadera magia.
¿Por qué hacemos ejercicio?
A ver, seamos sinceros: nadie se apunta al gimnasio solo porque quiere perder peso o marcar abdominales. No, no, esas son excusas, atajos mentales. En realidad, hacemos todo este circo del entrenamiento por una sola razón: queremos sentirnos mejor con nosotros mismos. La grasa que quemamos y los músculos que ganamos son solo el camino para llegar ahí.
Y aquí es donde viene la revelación importante, de esas que te hacen arquear las cejas: lo realmente increíble del entrenamiento (ya sea CrossFit, pesas o lo que sea que hagas) es cuando dejas de medir tu valor en función de cómo te ves en el espejo y empiezas a darte cuenta de lo que tu cuerpo puede hacer. Porque seamos realistas, la imagen que tienes de ti mismo es más tramposa que un vendedor de coches usados. Y ahora quiero mandarle un saludo a los vendedores de coches usados.
Si lo piensas, muchos empezamos a entrenar porque no estábamos contentos con nuestro reflejo o con cómo nos sentíamos. Seguro que en algún momento has pensado algo como: «Si tan solo perdiera unos kilitos, entonces sí que estaría bien…». Pero, sorpresa, esa sensación de insuficiencia desaparece en cuanto te metes en un entorno donde la gente te acepta tal y como eres, pero al mismo tiempo te reta a ser mejor.
Y eso es lo verdaderamente mágico. De repente, te rodeas de personas que creen en ti más de lo que tú mismo crees en tu reflejo distorsionado. Y un día te encuentras haciendo algo que jamás pensaste posible. Quizá sea tu primera dominada, levantar un peso que antes te parecía absurdo o correr sin sentir que te falta un pulmón. Y ahí es cuando lo entiendes: no se trata de cómo te ves, sino de lo que puedes hacer. Y de lo bien que sienta demostrarte que eres más fuerte de lo que creías.
El Poder de una Ambiente Fuerte
Acuérdate de tu primer día en el gimnasio. Entraste, miraste a tu alrededor y viste a lo que solo puedo describir como seres sobrehumanos levantando pesas gigantes y moviéndose con una facilidad que parecía que estaban en gravedad cero. Gente que hacía dominadas como si estuvieran tirando de una persiana, que levantaban barras llenas de discos como si fueran globos de helio. Y tú ahí, en una esquina, preguntándote si habías cometido un error y si no habría sido mejor quedarte en casa viendo Netflix.
Pero, sorpresa: ahora eres parte de ese mismo club.
El problema es que rara vez nos damos cuenta. Nos cuesta un esfuerzo recordar por qué empezamos, porque nuestra mente tiene una extraña habilidad para enfocarse en lo que nos falta en lugar de en lo que hemos conseguido. Al principio, lo único que veíamos eran obstáculos, cosas imposibles. Pero con el tiempo, el sentimiento de duda y de «no soy lo suficientemente bueno» regresa como una factura que olvidaste pagar.
Nos adaptamos, mejoramos… y de repente lo que antes parecía un logro increíble se convierte en algo normal. Antes nos reíamos cuando alguien nos decía que algún día haríamos una dominada. ¡Una dominada! Y ahora estamos cabreados porque no podemos hacer diez muscle-ups seguidos. ¿Pero qué nos pasa? ¿En qué momento lo que antes era imposible se convirtió en «pfff, no es suficiente»?
Pues en el momento en el que crecimos, en el que nos superamos. Y ahí está la clave: parar un segundo, mirar atrás y darnos cuenta de lo lejos que hemos llegado. Porque lo que hoy damos por sentado, ayer parecía una locura.
Cómo No Volverse Loco con el Progreso (y Disfrutar del Camino)
A ver, lo sabemos. Hay días en los que te miras al espejo y piensas: «¿Pero qué demonios? Llevo meses entrenando y sigo sin parecerme a Thor. Algo estoy haciendo mal.» O te pesas y la báscula te suelta un número que parece una broma de mal gusto. Y ahí llega la frustración, las ganas de mandar todo a la porra y refugiarte en un bol de helado del tamaño de tu cabeza.
Pero, antes de que entres en modo drama, respira hondo, porque aquí van cinco trucos para mantener la calma, disfrutar del proceso y recordar que sí estás avanzando, aunque tu cerebro a veces sea un poco cabrón y no lo vea.
1. Recuerda: Estás Entre Iguales
Grábate esto a fuego: aquí todos estamos en el mismo barco. No importa si llevas años levantando hierro o si acabas de empezar y todavía no distingues una barra olímpica de una escoba. Lo que importa es que todos han venido a dar lo mejor, a superarse y a convertirse en una versión mejor de sí mismos.
Piensa en esto: fuera del gym, en el trabajo o en casa, las cosas no siempre funcionan así. En la oficina, te reciben con un «buenos días» mientras te lanzan la última crisis de la empresa para que la resuelvas. En casa, puede que lo primero que oigas al entrar sea «se ha roto la lavadora». Pero aquí no.
En el gimnasio, el ambiente es diferente. No importa si hoy vienes a destrozar marcas o si simplemente te arrastras hasta el banco después de una noche fatal. Aquí nadie te juzga. Todos están peleando su propia batalla, y eso crea una energía brutal. No es solo un sitio para entrenar, es un sitio para crecer, para exigirte más y para rodearte de gente que también ha venido a progresar.
Se nota que me gusta el gimnasio, ¿verdad?
2. Disfruta de Tu Momento (Porque Es Solo Tuyo)
Este es tu refugio. Tu burbuja. Durante una o dos horas al día, el resto del mundo puede irse a la mierda. Porque mientras estás agonizando en esos veinte minutos infernales de burpees y remo, no estás pensando en si ese tipo te ha dejado en visto. Y cuando te colocas bajo la barra para intentar un nuevo récord en sentadilla, no estás preocupándote por cómo decirle a tu madre que este domingo tampoco vas a ir a comer a su casa.
Truco extra, vete a vivir a 20.000 kilómetros como hice yo y ya tienes excusa.
Nada de eso importa. Este es tu espacio. Tu momento. Aquí no hay jefes, ni problemas, ni listas de tareas pendientes. Solo tú, tu cuerpo y la batalla contra esa última repetición. Y créeme, ganar esa pelea se siente mucho mejor que perder tiempo dándole vueltas a cosas que no puedes controlar.
3. Recuerda Todo lo Que Ya Has Logrado
Hubo un tiempo en el que esto te parecía imposible. Un sueño lejano. Tú no eras de esos. El gimnasio era territorio exclusivo de tíos ciclados que parecían haber nacido con una mancuerna en la mano. Tú eras… bueno, alguien normal. Un currante, un estudiante, un mortal más en el vasto océano de la gente que pensaba que sudar era una opción, no un estilo de vida.
Y mírate ahora. Eres un auténtico máquinote. Te levantas temprano para entrenar, hablas de tus marcas como si fueran cotilleos de la oficina, y te has convertido en ese loco que cree que unas muñequeras nuevas van a hacer magia con tu sentadilla. Spoiler: no harán magia, pero te hacen sentir imparable. Y eso ya es una victoria.
4. Olvídate de la Perfección (Porque No Existe)
Nadie es perfecto. Tú lo sabes. Yo lo sé. Hasta tu abuela lo sabe. Pero ahí estás, machacándote la cabeza porque tu press de banca no sube como quisieras o porque tu sentadilla no es tan profunda como la de ese tío que parece salido de una estatua griega.
Ese tipo con un six-pack de infarto… lleva años intentando que su press militar no sea un chiste. El que levanta 200 kg en peso muerto sin inmutarse… se pelea con las dominadas como si fueran su archienemigo. Y ese que hace curl de bíceps con mancuernas enormes… lleva meses atascado en su sentadilla.
Nadie lo tiene todo. Así que deja de compararte, disfruta del proceso y acepta que siempre habrá algo en lo que mejorar. Porque si todo fuera fácil, ¿dónde estaría la gracia?
5. Sé Tu Mejor Amigo (Porque Si No, ¿Quién?)
A ver, imagina que es tu mejor amigo el que está dándole vueltas a la cabeza con lo de «no progreso lo suficiente», «este ejercicio se me da fatal» o «nunca voy a mejorar en esto». ¿Qué le dirías? No me vengas con que «bueno, es distinto porque yo bla bla bla». No lo es.
Si tu amigo estuviera en tu lugar, le dirías que está haciendo un trabajo increíble, que te inspira con su constancia, que lo que ha logrado es brutal. ¿A que sí? Pues, sorpresa, todo eso también aplica para ti.
Así que hazte un favor: háblate como le hablarías a tu mejor amigo. Deja de ser ese entrenador cabrón que solo ve fallos y empieza a reconocer lo que has logrado. Porque estás avanzando, porque te estás esforzando y porque, joder, te mereces sentirte orgulloso de ti mismo.
Reflexionando Sobre Tu Progreso y Tus Objetivos
A veces, recordar por qué empezamos y darnos cuenta de lo lejos que hemos llegado requiere un poco de esfuerzo. Porque, seamos honestos, solemos ver antes lo que nos falta que todo lo que ya hemos conseguido. Nos clavamos en lo que no nos sale, como cuando de repente un día no puedes hacer esas dominadas que antes eran pan comido. Y claro, la frustración aparece, nos ponemos en modo cabezón y nos estrellamos contra la pared intentando forzar algo que hoy, por lo que sea, no está funcionando.
Pero aquí viene la magia: ser feliz y estar de buen humor te hace progresar más rápido. Sí, así de simple. No es filosofía barata, es puro sentido común. Cuando estás amargado, entrenar se vuelve una pelea. Cuando te das cuenta de todo lo que ya has logrado, te motivas y el progreso llega casi sin darte cuenta.
Así que respira, deja de fustigarte y piensa en todas las cosas brutales que has conseguido desde el día en que cruzaste la puerta del gimnasio. Bájate de la cinta de correr de la insatisfacción constante
Esta última frase motivadora me la ha dicho ChatGPT. Así que seguro que es una de esas cintas de correr maluchas que a poco que vas rápido parece que se va a desmontar.